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domingo, 4 de julio de 2010

Amanecer


La noche estaba triste, y yo también.
Aquella noche la luna no quiso asomar su belleza natural para que el sufrimiento de la noche, y el mío, no se sintieran amenazados.
Yo vestía de negro. Los acontecimientos de mi vida comenzaron a pintar mi ropa y yo sin inquietarme, miraba y me gustaba ir de negro, como refugiandome en la noche.
Encendía un cigarrilloy me sorprendí, el fuego era negro, sí, negro como mi ropa y como la noche que nos abrazaba. Comenzé a fumar y a caminar por senderos en los cuales sólo yo sabía que existían. No veía nada, pero sabía donde estaba. Cada paso, cada respiro, cada fumada de mi cigarrillo estaba medido.
Antes de llegar a aquel paisaje de eterna oscuridad, había escuchado decir a un perro "cada uno sabe donde le aprieta el zapato". Me pareció extraño que fuera un perro quién lo dijiera, por que los perros no ocupan zapatos.
Mientras deambulaba por aquellos senderos que sólo yo conocía, comenzé a sangrar. Daba un paso y parecía que alguien me habría una herida y le dejaba caer con brutalidad sal y alcohol. Me devolvía y cambiaba de dirección, y luego otra vez esa sensación de heridas abiertas. Poco a poco el dolor fué siendo parte de mí, y mientras la noche transcurría me iba refuguiando en más dolor que a esa altura de mi recorrido ya ni me parecía malo.
Sentado en un trono de espinas me puse a escribir. Mientras escribía me dí cuenta que lo que la tinta negra marcaba sobre el cuaderno negro eran palabras que mi volcabulario no solía utilizar, o frases e ideas que mi mente no consideraba, además de sentimientos de rencor que en aquella noche si creía que fueran adecuados para vivir
La noche parecía eterna y comensé a sentirme mal, la noche ya me estaba absorbiendo como parte de la oscuridad. que extraño pensamiento, no haberme dado cuenta que ya era parte de la noche, que mi vagar pertenecía al lado oscuro de la luna.
Dejé de escribir y boté el cuaderno negro a la mierda. Sentía que sangraba bastante, mi piel estaba llena de yagas y no sabía que hacer, quise llorar y al comienzo me resisití, pero cuando me acorde que estaba en la puta oscuridad me solté a llorar como un niño. Lloré bastante.
De pronto quise escapar de todos esos senderos, salí corriendo de aquel lugar, pero luego me devolví. Recordé al perro, y comencé a barrer con todos esos senderos de mierda que me hacían sangrar. Con mis propias manos fui creando un camino, mientras creaba la vía que cortara todos esos pasajes de autotortura, pude vislumbrar algunos colores. Me eché hacia atrás emocionado. Vi como el sol se levantaba por sobre las montañas, como el cielo se pintaba de un color alegre que me invitaba a unirme al cielo y comenzar a bailar, sí a bailar, como cuando eras un niño.
Levanté mis manos, no las veía de hace mucho tiempo. Miré mi ropa, vestía colores muy eufóricos, como esa euforia de rabia adolescente que alguna vez dejé escrita en canciones.
Comencé a correr bajo los rayos del sol que me encedían una maravillosa alegría de estar aquí, en mi camino trazado con mis propias manos.
Mientras comencé a dibujar en la tierra del camino un destino, vi pasar a aquel perro, el perro iba con zapatos, yo le sonreí y le dí las gracias. El perro sonrió y se echo a correr.